miércoles, 18 de mayo de 2011

Paraguas negros (supersticio)


Abrían los paraguas dentro de las casas para esquivar el agua de las goteras…
Así, el hollín caído de los techos los teñía de negro, y la pobreza era tanta, que ya no alcanzaba el dinero del jornal para reparar las maderas húmedas, las chapas corroídas por la lluvia ácida.

Del otro lado, los gordos burgueses se reían a carcajadas junto al fuego de la chimenea; y cuando un nuevo invitado llegaba, se les prohibía a muerte extender sus enormes paraguas dentro de la casa alfombrada y olorosa a cebolla.
-¡No quieras asemejarte a los pobres! Que de tanto llanto celeste, sólo les cabe un techo de tela y alambre…

viernes, 7 de enero de 2011

mamasola

Estuvimos pensando cuál podría llegar a ser la mejor manera de afrontarnos... vimos que estaba el vino sobre la mesa y un montón de papelitos adjuntados al cenicero flaco.
Claro, no había más remedio que comenzar a vestirnos, tirar las sedas desperdiciadas, juntar las copas vacías y salir a conseguir la valija que tanto te estaba haciendo falta para iniciar el viaje.
Anduvimos distancias cortas y largas, mientras tus medias de red rugían ante el calor del sol, y se partían en dos tus piernas semidesnudas. Siempre te había dicho lo bien que te quedaban los tacos altos, pero esta vez te daban un perfil de mamasola que nunca hubiese ido a buscar, que nunca hubiese permitido que me dejara entrar.
Tu hijo lloraba cada vez que nos deteníamos a descansar del verano, en ese asfalto impío lleno de bichos urbanos por todos lados, incluso hasta metidos en el fondo de mi pantalón sin agujeros.
-¡Pará! ¡Allá está el Chino!
Diste la vuelta como nunca antes. Tu pollera logró levantarse un poco. Yo sonreí.
El Chino tenía en su casa una mochila vieja, algo desprolija, que podía llegar a poner fin al sudor de todo lo caminado.
Cuando por fin pudimos lograr que nos la prestara,
                                                                                    desististe,
como se desiste de un vestido que uno no se va a comprar, como se desiste de asistir a la fiesta del casamiento del primo de un amigo de un tío de... Y yo, atónito, impasible. Habíamos recorrido las calles por tres días, habíamos parido llanto y grito al frío de la lluvia mortecina ausentándonos de las botellas de coñac, whisky, cerveza... extrañando, por lo menos yo, dormirnos cómodamente en una cama como la gente y hacerte el amor por odio y desprecio hasta hacerte llorar... Dejando y abandonando y olvidando al pueblo.
¡Todo por tu estúpida decisión de querer irte a la mierda! ¡Siendo que yo siempre traté de persuadirte de que no lo hicieras!

¿No te das cuenta que tu hijo ya me habla y me toca como si fuera su padre?...


Qué más decirte. Si fuera por mí, te dejaría sola tirada a los rayos de ese verano infernal, y huiríamos. Mis brazos llenos de él y mi rostro feliz...

viernes, 24 de diciembre de 2010

Decimos que los prolegómenos a tantas cosas que tenemos que confesar podrían resultar tan arcaicos, que perderían el sentido verdadero. Por lo tanto, qué preámbulo ni qué preámbulo.

Así, entonces, agarro la valija, me calzo las botitas, cargo el termo con agua caliente, y me voy, sin más, sin palabreríos descartables.
Lo que pasa es que a la vuelta, el cuerpo late y se extravía y se daña y se cansa y se resquebraja.
He allí entonces donde uno se tiene que cubrir con la capucha y dejar que lluevan todas las piedras que quieran, todas las piedras, todas las...

No he vuelto. Sólo partí. Sólo partí el pan en el verano que se partía la tierra de tanta sed.
Si vuelvo, antes voy a desenredarte los cables pelados, por las dudas.
Si no, guardame las perlas y las polleras que tenías que darme como regalo de cumpleaños.

viernes, 1 de octubre de 2010

viaje

Iba caminando al ras de la montaña, e imaginé que esa gran masa de tierra y piedras era en realidad un enorme monstruo durmiendo su lábil sueño.
Era de noche.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Preparando la torta

El teléfono suena.
Han quedado los platos sucios de anoche y la cámara de fotos en el centro de la mesa.
Mi hermana prepara la torta mientras escucha a un loco cantar y mira una película aburrida.
A mí me duele la cabeza y estoy triste. Lo de anoche fue triste... como siempre...
Tan vacío resulta caer triste y débil, sin los trapos viejos, sin la mesa servida, sin la gente, con la careta amarga de tanto asco.
El día gris opaca todo posible grito y la ausencia es grande, la ausencia es muy grande...

                                                                                           


No está quien debería, y aparece quien nunca estuvo, y desaparece en el agua el esporádico llanto de angustia que nos retuerce los tuétanos y nos va comiendo los ojos...

Se diría que estoy de pie.

Aún por dentro me desmorono sin pensar...

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sábado, 25 de septiembre de 2010

lugares baleados

Hoy después de muchos intentos, me senté a hablar con mi abuelo en el patio de su casa.
Comenzó a contarme historias de su adolescencia perdida, de sus amores y de sus trabajos ((Recién ahí pude entender a qué se debía mi traqueteo mundano. Siempre de un lado para otro acarreando personas, y olvidando nombres y caras de tanto ir y venir. Ese vaivén de siempre...))
Me contó que el trabajo en la mina había sido duro, solitario, agotador; que había tenido que pasar noches con los ojos abiertos por temor a no amanecer despiertos; que la ambición de cada minero lastimaba paulatinamente los vértices de la relación entre obreros, y que los soles pegaban como latigazos mientras las lenguas bífidas de los demás trabajadores le empastaban el paso.

Como mi vieja, que había estado escuchando el transcurso de la conversación, estaba un poco apurada por irse -cosas de adultos...-, el diálogo con mi abuelo tuvo que reducirse a sólo unas cuantas acotaciones más.

-Voy al baño y después nos vamos- anunció mi vieja.


El entusiasmo de mi abuelo por querer hacer conocer su historia permitió que no acabara allí, sino que se introdujera en otro viaje más jodido y espinoso: La estadía en Buenos Aires en épocas del peronismo en los '50. Me contó que se había enrolado en el servicio militar y que había estado a cargo de sectores de bajada de línea en las rutas: Si te encontraban en el auto con un arma, te bajaban y te mandaban con el oficial mayor para arreglar el asunto. El caos social en la ciudad era estremecedor, y los levantamientos obreros habían sido fuente de estrechas tomas de decisiones tanto para los militares como para cualquier buen transeúnte que anduviera dando vuelta por alrededores.

Mi vieja salió del baño.
-En cualquier momento vengo con un cuaderno y me pongo a anotar todo lo que me estás contando, abuelo.
-Jaja, hija, bueno, si tendré historias...
-El abuelo, aventurero- quiso excusar mi vieja.

Salimos de la casa dándole un abrazo.
Me llovieron cantidades de ideas en el momento, que venía gestando mientras sostenía la conversación. Fue fuertemente contradictorio pensarlo a mi abuelo en dos de los lugares justamente más baleados -en todo sentido- por este querido país en estos tiempos... Las minas, la minería, los militares, los milicos, el peronismo, uf, palabras cargadas hasta el tope. ¿Mi abuelo? ¿Minero y milico? jaja, vamos, de qué estamos hablando, el país antes no era lo mismo, la gente estaba enceguecida, anulada, con vendas en los ojos, en la boca y en el pecho, se pensaba en qué comer al otro día, en la salud, en permanecer vivo para luchar bajito, desde el silencio... chiquito. 

-Quiero llegar a casa y escribir lo que me contó el abuelo- aunque más no fueren puras palabras sueltas.

Quién sabe cuán agarrados estuvieron de las patas allá en el '50... Es que es mi abuelo, viste? mi abuelo...

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